Bach y la fe que mueve montañas

La Stuttgart Bachakademie ha cuidado celosamente el legado de Johann Sebastian Bach y nos permite ahondar en aquello que logró el gran maestro de Eisenach: trascender.

Por Teatropedia*

I.

Imagine un hombre que vive rodeado de tradición.
Sus abuelos eran músicos, sus papás también lo eran, sus tíos y sus hermanos. Él, por supuesto, también siguió ese camino. Así como sus hijos. Eran toda una estirpe y todos los reconocían.

Pero pasó algo con este hombre.
Hacía excepcionalmente bien lo que los otros hacían bien y hasta muy bien.

No inventó nada como otros compositores sí lo hicieron, Beethoven las sinfonías o Wagner el acorde Tristán, por ejemplo, y, sin embargo, todos aseguramos que cambió el rumbo de la música.

No era un genio, pues no esperaba a que lo abrazara la musa inspiradora. Trabajaba y trabajaba. Y trabajaba sin parar. Pese a eso, su música suena a genialidad.

Quizá porque no concebía que la música fuera decorativa. Era su TODO. 

Estudiaba y practicaba tanto la música que podía darse unas licencias para intentar algunas mejoras y sí que le dio una estructura y un método, diríamos arquitectónicos, de los que generaciones de músicos se han alimentado hasta hoy. Le encontró a cada instrumento, en donde la voz cobró una dimensión extraordinaria, una intención, lugar y tiempo para realzar su potencialidad y demostró que cada composición podía cumplir un propósito: exponer un texto bíblico con el mayor de los efectos teatrales a través de los instrumentos, como las trompetas escalofriantes que anuncian la llegada del Apocalipsis. Señalar las enormes cualidades técnicas de un intérprete de órgano, por ejemplo, o evidenciar el virtuosismo de quien tocara el clavecín; mostrar de qué manera la música de cámara requiere de un espacio íntimo para ser interpretada o, como lo hizo él mismo con La pasión según San Juan, demostrar sus habilidades a la hora de componer para pasar un examen de audición. Nos enseñó que la música, toda, siempre, tiene un propósito concreto. Está construida para producir un efecto y se alimenta de todos los elementos necesarios, cientos de voces, violines, trompetas y hasta velas y la medianoche en una iglesia, para provocarlos.

Si bien las conocía hasta el detalle, por momentos no le bastó con seguir las partituras del órgano que tocaba durante las misas, lo cual le acarreó algunos problemas con sus superiores religiosos, sino que buscaba tocarlas con un nuevo impulso, más cadencioso y veloz, más virtuoso, más espiritual y piadoso. Su misión fue hacer que la música importara y dejara de ser solo una ambientación en el fondo de una iglesia. Para él, tenía un objetivo mayor: era su camino para alcanzar el cielo.

Y es que esa idea de un más allá, de un cielo que se alcanza por el arrepentimiento y la confesión de los pecados, y por la gracia del Señor, fue una construcción y un fin de su época. Todo se desprende de ahí, en su interpretación del mundo y de la fe. Y en cómo se convocó a todo un pueblo para que entrara en comunión con esa fe, y por ende, con una manera de ver el mundo. Reforma y Contrarreforma católica buscaban su propia manera de rendirle culto a Dios, los protestantes guiados por Martín Lutero, entregándole a la palabra sagrada su mayor poder, los católicos apostólicos romanos creando un aparato de la fe tan potente que requirió de iglesias portentosas, evangelizadores en nuevas tierras, vírgenes implorantes y llorando la muerte de su hijo o decenas de santos sacrificados por defender su devoción. La imagen de Cristo padeciendo por los pecados de los hombres será, consecuentemente, nuestra educación emocional, nuestra pasional teoría de los afectos.

Pero sea uno u otro camino, si hay alguien a quien la fe cristiana le debe ese cimiento de su profunda devoción, es a este hombre:

A Johann Sebastian Bach (1685-1750).

II.

Oír la Gran Misa de Bach (Misa en Si menor, BWV 232 – en inglés en B menor), permite entender, y sobre todo sentir, eso tan abstracto que representa “la comunión”, ese espacio para estar juntos, para compartir, para ir uno después del otro o al tiempo con el otro. Y eso es, justamente, lo que se siente al presenciar estos coros que nos demuestran la potencia del instrumento humano, casi como la elaboración de un tejido de una voz con la otra para concluir en un músculo indestructible y en función de un fin común; así se entiende ese lema tan manido de la unión hace la fuerza. Y resulta entonces de una profunda actualidad pensar y oír a Bach pues hablamos de solidaridad, de trabajo en equipo, de un objetivo común, de la confianza de unos con otros, de la suma de manos –en este caso voces– para llevarnos a un lugar grandioso, para llegar juntos a ese lugar grandioso que él imaginó era el Paraíso y por eso tamaña emoción.

De esta forma, es fácil pensar en los rizomas, en la matrix, en las redes, en su necesidad de interconectarse para ser más poderosas, juntas. Una célula no basta para ser, muchas, son vida.

Si para Bach el propósito era la elevación del espíritu, la conexión con Dios, ¿cuál sería hoy ese gozo o causa que nos transportaría y nos haría andar juntos? ¿Cuál es ese lugar, esa catedral o templo, que nos permite sentir físicamente esa grandeza divina? ¿Existe algo medianamente parecido que nos permita hoy entrar en trance y crear fanaticada? ¿Será un concierto? ¿Un partido de fútbol de la Selección donde están puestas todas las energías juntas de una sociedad? A falta de sujetos de adoración, Dios, los rock stars o los Avengers, se vuelven extrañamente parecidos.

Son causas distintas, pero causas al fin y al cabo, que revelan nuestro tiempo, al igual que aquellas en tiempos de Bach. Es curioso que eso tan trascendente que logró Bach con su música hoy lo llevemos a terrenos menos espirituales, pero igualmente poderosos. Si Bach creó el espacio en donde llegarle al otro, vemos cómo las redes sociales son el ágora actual –allí se tramitan desde las marchas contra los grupos terroristas o para darnos a conocer los excesos de algún gobierno hasta las denuncias universales por el acoso sexual del Me too y la defensa a ultranza del medio ambiente–, es el lugar de lo político, de la búsqueda del otro de un espacio virtual. Es el inmenso territorio en donde se lucha contra la soledad.

III.

Lo único que no queremos es estar solos.

Si antes ese vacío se llenaba con la certeza de Dios, nuestro vacío hoy lo llena la luz de la pantalla. Ambos, antes y ahora, en busca de la luz.

Bach compuso para que su música cumpliera un propósito. Lo hizo, además, para que fuera interpretada bajo ciertas circunstancias, para un iglesia o catedral, que tuviera un coro y un órgano de tales características. Pero su música trascendió. Redescubierta por Mendelssohn casi un siglo después de morir, el mundo diría que Bach era excepcional y que habría que tocarlo aquí y allá y por siempre. Así que su música no se quedó en el lugar que él le había dado y hoy nosotros, los paganos, escuchamos una misa abrazados por nuestros audífonos o un Magnificat en una sala de conciertos, como el que se oirá en Bogotá de la mano de unos de los mejores herederos de la escuela de Bach, la Stuttgart Bachakademie.

Siguiendo con ese ejemplo, tampoco dimensionamos el poder de las redes. Su trascendencia y alcance. Que se usa para el mal, cómo dudarlo, si no que nos lo diga el Gran Hermano que se dedicó a sonsacar toda nuestra información, cuidadosamente entregada por nosotros mismos, para vendérsela al mejor postor, o todos aquellos que intentan presentarnos un mundo de buenos y malos, sobre todo de malos, para que tengamos enemigos a quien odiar. Pero, también está el otro lado de la moneda. Ese que nos invita a estar juntos, ese que nos impulsa a buscarnos, a descubrir que no estamos solos ni somos los únicos que pensamos de equis manera y que quizá, seguro, hay alguien más en el mundo que le gusta lo que a mí o que está dispuesto a luchar por eso en lo que creemos. Hablamos de comunidad pero, como la verdad, no solo hay una.

Descubrimos que podemos ser miembros de comunidades pequeñas que al sumarlas no lo son tanto. Somos más los que estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos de consumo con tal de ser más consistentes, éticos y cuidadosos con los que vienen detrás nuestro. Y así, una a una, las comunidades se van juntando. Incluso, es claro que con las que no congeniamos podemos convivir ya que, justamente, de eso se trata. Porque cuando nos juntamos, somos capaces de cambiar el mundo, de llenar plazas, de romper las estructuras, de tumbar gobiernos, de denunciar abusos y de demostrar que no somos esa generación desencantada a la que nada le importa. Lejos de eso. Estamos con los Dreamers (soñadores) y somos comunidad. Podemos ser generosos y creer.

Y la fe, sabemos, mueve montañas.
Nos pasa como a Bach, que nunca pensó que iba a llenar estadios con la suya.

 

(Gracias a Andrés Zuluaga, pianista y estudioso, que nos ilustró e inspiró en Bach)

 

Este concierto se transmitirá en vivo y en directo para toda Colombia y Latinoamérica a través de www.teatrodigital.org el jueves 31 de mayo a las 8pm.

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